A las 8 de la mañana, en el centro de la pequeña ciudad de Coca en el Oriente ecuatoriano. Del techo del Hotel Auca, antes frecuentado por empleados petroleros, gotea agua sucia. Desde la tienda D’Gisell, que se encuentra al frente, y donde se venden vestidos baratos, ya salen sonidos de Milonga a todo volumen, e inundan la polvorienta calle. Unos metros más adelante, un vendedor de zapatos instala su mesa improvisada, mientras saca la mascarilla de su bolsillo. Coca es caliente, bulliciosa y fea. Nació con la urgencia del boom petrolero al comienzo de los años 70 del siglo pasado. Actualmente es una inevitable parada para los turistas en su camino a la biodiversidad de la selva.
A pesar de esto, si uno va caminando por el malecón se puede descubrir un Coca muy diferente: El “Museo Arqueológico y Centro Cultural de Orellana” (MACCO), que desde su inauguración en 2016 se convirtió en un centro de cultura y encuentro. Quien se aproxima a esta ciudad por cualquiera de los ríos que la abrazan, el Napo, Coca y Putumayo, no puede perder de vista la elegante construcción de madera, metal y hormigón. El MACCO alberga cerca de 300 bellas urnas funerarias y utensilios de primera necesidad del pueblo de los Omaguas. Esta población vivía, hasta la colonización de Ecuador por los españoles en el siglo XVI, en la región de los ríos Coca, Napo y Amazonas. Sin embargo, sus mayores asentamientos siempre han estado en Perú y Brasil.
Francesco Orellana, el primer Europeo que se econtró con el pueblo Omagua en su viaje hacia el Amazonas
Frente al museo se encuentra la estatua de Francisco de Orellana (1511-1546) quien, en 1541, en su búsqueda del legendario “El Dorado”, también llamado el “País de la Canela”, fue el primer europeo que se encontró con el pueblo Omagua durante su viaje por los ríos Coca y Napo hasta el delta del Amazonas. Su segunda expedición a la Amazonía, fue la última, nunca volvió. Los fanáticos de “Indiana Jones” deben recordar como, en una de sus aventuras, el protagonista llega a la cuenca del Amazonas y a una ficticia tumba de Orellana. La ciudad del Coca, cuyos orígenes fueron una casa de la Misión Capuchina fundada en 1958, hoy en día oficialmente se llama “Puerto Francisco de Orellana”.
Un cronista del siglo XVIII relata el primer encuentro de los hombres de Orellana con los Omaguas en el río Napo, y resalta el alto nivel cultural de este pueblo: La población era “muy limpia y amable”, los hombres llevaban adornos de oro en el pecho y las mujeres aretes de oro, al igual que narigueras y adornos en los labios. Esta gente vivía en casas y eran excelentes navegantes. Otros viajeros describen sus frentes aplastadas por la manipulación de los huesos de la cabeza en su juventud, esto lo hacían para buscar verse como la “cara de la luna” que era su modelo ideal.
Una variedad impresionante de urnas funerarias
El pueblo cultivaba un culto especial a los muertos. Los finados primero fueron enterrados hasta descomponerse, proceso que, con el calor y la humedad de la selva, era bastante rápido. Luego se sacaban los huesos, se los limpiaba y se les guardaba en una urna funeraria de forma humana. Y después de un tiempo determinado, nuevamente se enterraba. En las vitrinas del MACCO se pueden apreciar los detalles de estas urnas tan bien labradas. El cuerpo y las extremidades forman un recipiente y la cabeza con su cara de luna se coloca en la parte superior, como si fuera una tapa. El hábitat de los Omaguas está presente en los diseños de los recipientes que son de diferentes tamaños. Los detalles tan coloridos de las olas y las líneas sinuosas evocan el paisaje del río.
Poco después de la llegada de los españoles, desapareció la mayoría de este pueblo que estaba asentado en la desembocadura del río Coca al Napo. El antropólogo Udo Oberem, de Bonn, Alemania, conjeturó en 1967 qué en la región del actual Ecuador, todavía había subgrupos de Omaguas, que durante los siglos han ido migrando más hacia el sur y este hasta desaparecer. Actualmente en Brasil y Perú todavía quedan individuos aislados. Los últimos Omaguas que habitaron Ecuador, a principios del siglo XX, se encontraban cerca del río Tiputíni, otro afluente del Napo. En el segundo piso del MACCO, actualmente se pueden observar dos urnas más sencillas que solo fueron descubiertas hace pocos años.
En 1999, en una exposición en Quito ya se pudo ver una parte importante de la colección. Por primera vez un público más amplio reconoció que en el “Oriente” también existe una historia cultural propia que valía la pena documentar. Ya en 1975 los monjes Capuchinos, en la isla de Lunchi, construyeron un pequeño centro de investigación junto a un museo. Esta pequeña muestra fue la base del “Guggenheim de Coca”, un sueño cultivado por muchos años por el Capuchino Miguel Ángel Cabodevilla y también por el coleccionista y curador de la exposición, Iván Cruz.
“El MACCO es símbolo de la valoración de la cultura indígena, y de la autoestima indígena“
Pero el nuevo museo debía ser mucho mas: “El MACCO es símbolo de la valoración de la cultura indígena y de la autoestima indígena, se ha hecho símbolo de la ciudad”, dice Milagros Aguirre, periodista y cofundadora del museo quien vivió durante 12 años en Coca. “El museo cambió fundamentalmente a la ciudad. Cuando llegué acá, era una ciudad de trabajadores petroleros, nada más. No había ni un lugar para pasear, ni siquiera para comerse un helado. Mucha gente nos decía que éramos locos de querer traer ‘cultura’ acá”.
Hoy, la sala de convenciones del museo es utilizada continuamente ya sea para conferencias o como sala de cine. En la sala de exposiciones temporales se exponen las obras de los artistas locales. También se invita a participar a la población en concursos de dibujos y textos. Y la pequeña biblioteca ubicada en el primer piso es un gran logro. Un gran número de estudiantes escolares utilizan el espacio para hacer sus tareas sin ser distraídos por sus hermanos pequeños y, en los casi dos años del cierre de escuelas y colegios por la pandemia, para usar el internet y poder hacer sus trabajos online. “Tuvimos que poner más mesas en el pasillo, tan grande fue la demanda”, dice Milagros Aguirre.
En la noche, los 45.000 habitantes del Coca ya no se pasean solamente en el malecón. En 2013 los arquitectos del MACCO construyeron también una plaza central que fue tan bien acogida por la población, y parece que siempre hubiera estado ahí. En Coca, sigue haciendo calor, los restaurantes de comida rápida no invitan a quedarse, y el árbol de navidad, adornado con baratijas, ya perdió el color debido al fuerte sol. Pero de pronto, el lugar no tiene una sola cara, si no muchas. (Traducción del alemán: Marcela García)
07.01.2022